Editorial

 

Medio Ambiente indirectamente herido
Por: Michel H. Thibaud

 

 

Nuestro país atraviesa nuevamente por una crisis económica, no tan grave como las anteriores, pero crisis al fin. Todas las variables macro se encuentran en discusión debido a la intensificación de lo que se ha dado en llamar "EL MODELO". Su "profundización" es el objetivo de este gobierno argentino que lleva en la conducción de nuestros destinos casi diez años. Sin embargo, ya son inocultables los defectos que impactan en la economía, que, liderados por una inflación indomable llevan a empobrecer más a aquellos que menos tienen. El Modelo, aunque no se lo quiera reconocer, ha llegado a un "enfriamiento de la economía" por lo cual vamos a un nuevo sistema post-progresista que no sabemos donde terminará.

Este "neoprogresismo" de fuerte expansión económica inicial ha encontrado sus límites ya que la mayoría de las variables se han disparado y sobre todo el gasto público no cuenta con financiamiento genuino como al principio. Para salvar "EL MODELO" se han intensificado los controles desaforados que crispan a la población. La gente está en una incertidumbre social, sin espectativas de desarrollo y progreso, donde lamentablemente no se vislumbran soluciones racionales. Los especialistas hablan de la impericia del gobierno, principalmente de los responsables del manejo de las cuentas públicas, subordinados irracionalmente a un presidencialismo exacerbado que pretende manejar todas las variables, sin contar con los conocimientos necesarios y la idoneidad correspondiente.

En este contexto las variables ambientales también están en juego. Sobre todo porque frente a los inconvenientes económicos, las prioridades empresarias en esta temática descienden varios lugares, y la agenda pública no se queda atrás.. Téngase presente que hasta el momento, a pesar de la modificación constitucional de 1994, las decisiones económicas siguen relegando las consideraciones sociales y ambientales. Es así que quienes toman estas decisiones nunca se plantean, y menos en los últimos tiempos, las consecuencias que afectan a la gente y a la naturaleza.

Una de las causas que intensifican esta crisis ha sido el clima. En primer término la sequía que asoló a casi todo el país, haciendo que se pierdan unos millones de toneladas de granos, principalmente soja, lo cual repercutirá en las cuentas públicas restando unos 2.500 millones de dólares de recaudación por retenciones. Esta merma según el gobierno debe ser compensada con otros ingresos públicos, razón por la cual se están incrementando los impuestos patrimoniales ya que no se verán afectados por la Naturaleza.

Mediante otro ejemplo podemos referirnos al caso de la soja, cuyo desarrollo lo convirtió en veine años en el principal cultivo de la Argentina. Esta transformación ha afectado seriamente los suelos y su expansión a zonas marginales ha sido consecuencia principalmente de las decisiones económicas gubernamentales. Podemos mencionar algunas como haber restringido las exportaciones de carne, que hicieron descender el stock ganadero en 12 millones de cabezas quitando rentabilidad a las zonas marginales. Prohibir la exportación de trigo, quitándole rentabilidad a este cultivo. Restringir la exportación de maíz disminuyendo su rentabilidad a niveles críticos. Todos estos mecanismos económicos han hecho que no se puedan realizar las rotaciones de cultivos que permiten una adecuada recuperación y conservación de la tierra y su complementación con la ganadería. Así se afecta negativamente al ambiente, contribuyendo a la pérdida de fertilidad de los suelos, una de las riquezas más apreciadas y características de la Argentina.

Nosotros, los ciudadanos, no nos damos cuenta del deterioro ambiental que sufrimos. Acuciados por las urgencias cotidianas avanzamos por la vida sin percibir como poco a poco la Naturaleza pierde terreno —literalmente hablando— frente a actividades productivas que se transforman muchas veces en insustentables.

En este proceso muchas veces confundimos causas con consecuencias, tomando rápidamente medidas que pretenden aportar soluciones, pero que son paliativos pues el origen del problema no ha sido atacado. Volvemos al ejemplo anterior de la soja, el cual no se va a solucionar quitándole rentabilidad al cultivo como algunos iluminados proponen. La solución podría pasar por generar alternativas compatibles con el ambiente que sean tan rentables como la soja. Pero no es fácil poder discutir todas las alternativas de la sustentabilidad mientras estas cuestiones estén lideradas por la ideología polítia y económica de unos pocos.

Las discusiones deben ser consensuadas entre todos, y principalmente con los actores locales que son quienes mejor conocen las condiciones de su ecoregión. Homogeneizar los cultivos, las actividades silvopastoriles y las extractivas de una misma forma para todo el país, es desconocer la idiosincracia de nuestra tierra. La Argentina es uno de los pocos países del mundo que están colocados en forma vertical en el mapa. Por ello contamos con múltiples ecorregiones que van desede el subtrópico hasta la antártida. Esta forma de ser nos permite tener, como país, una riqueza y recursos inconmensurables para afrontar el cambio climático que viene idefectiblemente. Contamos con la experiencia necesaria en todos los tipos de climas y regiones del país y nuestra gente está acostumbrada a obtener recursos de su tierra.

Pero si anulamos estas actividades quitando incentivos muy probablemente lo hagamos a costa de la sustentabilidad futura. Hasta ahora, en la historia de la humanidad, ninguna comunidad ha logrado tener un crecimiento sostenible dividiendo las fortunas de sus habitantes. Este proceder lleva indefectiblemente a lo pobreza de todos y de allí a la rebelión de los pueblos.

Pero al Argentina cuenta con la suficiente inteligencia, voluntad de trabajo y riquezas naturales que pueden permitirle, si logramos ponernos de acuerdo, explorar caminos de desarrollo sustentable donde todos los ciudadanos obtengamos una mejor calidad de vida. Sólo debemos resignar aspiraciones personales e incrementar las acciones hacia el bien común. De alguna forma esto es lo que nos dice sabiamente la Constitución Nacional en su artículo 41: "Todos los habitantes gozan del derecho a un ambiente sano, equilibrado, apto para el desarrollo humano y para que las actividades productivas satisfagan las necesidades presentes sin comprometer las de las generaciones futuras; y tienen el deber de preservarlo".

Buenos Aires, 5 de junio de 2012