Editorial

 

Nuestra conducta ambiental en el Bicentenario
Por: Michel H. Thibaud

 

Con motivo de conmemorarse el 5 de junio el Día Mundial del Medio Ambiente es oportuno comentar, en el año de nuestro Bicentenario, cómo internalizamos tan importante tema en las decisiones políticas y económicas.

Si bien esta temática, a nivel general, tiene como fecha de inicio el año 1972 en Estocolmo, no es sino hasta la Eco 92 en Río de Janeiro que toma nivel masivo y compromiso internacional al firmarse la Agenta 21. Consiguientemente el siglo que transitamos estará condicionado por las cuestiones ambientales, sobre todo si comprendemos que la Naturaleza aplica sus ajustes sin medir las consecuencias que ocasionará a las actividades humanas. La evolución del Cambio Climático así lo está demostrando, más allá de la discusión si es consecuencia de las acciones antropogénicas o no.

Tomando el caso de la pobreza muchos se cuestionan por qué tenemos que ocuparnos de la Naturaleza mientras que existen millones de niños que se mueren de hambre. Si bien la pobreza es una de las mayores miserias humanas, también es una seria calamidad ambiental, ya que las comunidades en situación crítica avanzan sobre los recursos naturales esenciales más rápido que su tasa de recuperación. Viven hoy, agotando el capital en vez de nutrirse de sus intereses. Por consiguiente el trabajo no es excluyente, sino complementario ya que hay que ocuparse de ambos a la vez.

Por otra parte, en un sentido global y paradójico, a la humanidad toda nos está sucediendo lo mismo, y no necesariamente a consecuencia de la pobreza. A pesar de contar con recursos financieros y tecnológicos suficientes avanzamos sobre los recursos naturales a una tasa de extracción que sobrepasa los límites de su recuperación, creyendo que son inagotables. Y es esta conducta humana, basada en el despilfarro energético, la que genera mayores consecuencias negativas que la pobreza misma, pues afecta globalmente a todo el planeta, es decir tanto a ricos como a pobres.

Es por ello que debemos ocuparnos más de la Naturaleza –sin desmerecer ni desestimar las acciones para erradicar la pobreza– a fin de modificar las conductas de empresas, gobiernos y personas para bajar las tasas de agotamiento de recursos y el despilfarro de energía, sobre todo cuando esta última es generada por combustibles fósiles.

En este sentido, y referidos a nuestra Argentina, nos preguntamos ¿después de casi cuarenta años hemos avanzado algo en la protección ambiental?

Si nos atenemos sólo a lo que mencionan en general los medios de comunicación masivos –radio, televisión, diarios y revistas– pareciera que cada vez estamos peor. El reflejo mediático nos presenta casos emblemáticos como la pastera uruguaya, la minería a cielo abierto, los derrames petroleros, el riachuelo, el glifosato y la sojización, los desmontes, etc., ilustrados con imágenes impactantes y, sobre todo, identificando culpables, generalmente algún “empresario inescrupuloso que prioriza sus ganancias por sobre el interés común”.

Pero en esta ocasión, ya que el Bicentenario de la Revolución de Mayo es una oportunidad para analizar lo que hicimos y programar lo que haremos, desde Argentinambiental.com queremos dar una visión “positiva” sobre lo actuado, sin ignorar lo que falta por hacer, que seguramente supera con creces lo ya hecho. De alguna manera debemos también reflejar cómo “vamos llenando el vaso” en vez de lamentarnos porque aún se encuentra semivacío. Tampoco enredarnos si deberíamos ir más rápido porque los diagnósticos, necesarios por cierto, seguramente nos harían retrasar decisiones importantes.

Así podemos referirnos en primer término al sector empresario, el cual viene adoptando un fuerte compromiso hacia el cuidado del medio ambiente. Hoy día no hay empresa que se precie, que no cuente con una política en este sentido. Es importante destacar que estas actitudes no son meros “mensajes publicitarios”, sino que implican cambios de conducta, toma de decisiones e inversiones no menores. La firma del Pacto Global, la certificación de normas ISO, etc. reflejan un cambio hacia el desarrollo sostenible digno de ser tenido en cuenta por la sociedad en su conjunto.

Sin embargo, estas iniciativas reciben poca difusión en la opinión pública, principalmente porque a los empresarios les parece impropio comunicar lo que hacen a favor de la comunidad. En general consideran que son obligaciones empresarias que debieran ser reconocidas, sin necesidad de difundirlas. Que solamente con el “boca a boca” de los beneficiados –generalmente las poblaciones más cercanas o los propios empleados– es suficiente. La gran mayoria de las empresas actuan éticamente al hacer negocios y consiguientemente terminan siendo más amigables con el medio ambiente.

Pero en una sociedad tan mediática y comunicacional como la actual esto no es suficiente, ya que en general la opinión popular descalifica al empresario tildándolo de corrupto, contaminador, evasor de impuestos, explotador de empleados, etc. con amplia difusión en los medios, usada por los políticos y enseñada por el sistema educativo.

Para modificar esta imagen no es suficiente tener una conducta intachable, sino también hay que difundir las buenas acciones que realiza la empresa, dentro de las cuales están comprendidas las referidas al medio ambiente. El sector empresario está preparado para adaptarse a los cambios, porque es parte de su esencia. Hoy día tienen éxito no las empresas grandes, sino las que más rápido se adaptan a las exigencias de los consumidores, encontrando oportunidades de negocios hasta en las actividades más increíbles. Hace cuarenta años atrás, cuando algunos decíamos que a las ballenas de Península Valdés había que protegerlas, no contábamos con argumentos contundentes, más allá de los éticos por ser una especie increíble. Hoy, a nadie se le ocurre matar una ballena, no por cuestiones éticas, sino por cuestiones económicas pues atraen a miles de turistas anualmente y son una fuente e trabajo para miles de personas. Y lo mismo ocurre con los pingüinos de Punta Tombo, el Glaciar Perito Moreno, las Cataratas del Iguazú o los Esteros del Iberá. La Naturaleza se convirtió en un capital intangible para miles de empresas que han encontrado una oportunidad en esta nueva industria sin chimeneas.

Estos cambios de conducta de los empresarios debieran ser acompañados por políticas gubernamentales concordantes, que incentiven la adopción de tecnologías y procesos más limpios. Actualmente contamos con una importante cantidad de normas legales, casi todas restrictivas, que pretenden alcanzar el desarrollo sostenible a través de prohibiciones, controles estatales y multas o sanciones. No negamos su necesidad, sino que pensamos que no es el único camino, ni el más rápido, por lo que las politicas gubernamentales deberian alejarse de una intención meramente recaudatoria para inducir, mediante incentivos, a los cambios de conducta de la sociedad.

Es imprescindible utilizar la herramienta económica para incentivar las conductas privadas que aporten rápidamente al desarrollo sostenible, ya que es el camino más corto para lograr que el capital natural produzca intereses que permitan nuestra supervivencia. Por ello, quienes diseñan las políticas ambientales es necesario que tomen conciencia acerca del funcionamiento de la economía. Debieran escuchar a quienes trabajan y crean riqueza; a aquellos que generan fuentes de trabajo genuino; a los que con nuevas ideas e ingenio logran poner en marcha nuevos emprendimientos antes impensados. Los incentivos no significan la entrega de subsidios, sino compartir el esfuerzo entre toda la sociedad a fin de llegar más rápidamente al cambio de conducta que la Naturaleza nos reclama. Y los jueces, en su función, debieran apartarse de las cuestiones de moda para poder dirimir los conflictos en un modo objetivo.

Si nos remitimos a nuesta historia reciente deberíamos reconocer que el esfuerzo realizado es inmenso, en todos los sectores de la sociedad. Hace cuatro décadas casi ninguna empresa radicada en el país tenía especialistas en medio ambiente, ni tampoco se les ocurría realizar Estudios de Impacto Ambiental y descartar un proyecto si no contaba con guarismos adecuados en este sentido. Hoy día no hay empresa que no tenga uno o varios especialistas en esta temática, ni tampoco emprenden nuevas actividades –o ampliación de las ya existentes– si no cuentan con un Estudio de Impacto Ambiental debidamente aprobado por la Autoridad de Aplicación.

Pero esto no es suficiente ya que nuestra Tierra acusa el impacto de las actividades productivas. De una u otra manera la especie humana avanza inexorablemente sobre la calidad de vida de las otras especies que habitan este único mundo. Esto no puede continuar porque sino, más tarde o más temprano, sucumbiremos nosotros también. No conocemos el sistema, no sabemos cómo funciona y por consiguiente no sabemos cuál es la pieza clave que no debe desaparecer ya que si ello ocurriese se “apaga” todo. En un computador podemos sacar algunas piezas –una tecla, romper el mouse, algún chip periférico, etc., pero no se nos ocurre desenchufarla pues se apaga y perdemos todo. Con la Naturaleza ocurre lo mismo, salvo que no conocemos el enchufe ni sabemos dónde esta enchufado, pero de a poco –o muy rápidamente dirán algunos– estamos desconectando la máquina.

Es hora que dejemos de toquetear cada uno de los chips y nos ocupemos de reconstruir nuestra conducta a fin de lograr una Naturaleza que evolucione al ritmo de sus propias necesidades y nosotros, los seres humanos, extraigamos de ella sus intereses, sin agotar el capital.

Buenos Aires, 5 de junio de 2010