Escúchate a ti mismo
Recuerdo que era un domingo. Estaba solo en casa y necesite salir. No tenía rumbo, pero necesite ir. Camine un par de senderos hasta llegar a destino. Ya estaba oscureciendo. Sin pensarlo, sin dudarlo, me detuve y me senté. Allí empecé a observar mi alrededor y me puse a meditar. A pensar en mi. Tengo que seguir así, me dije a mi mismo. Necesito ordenarme, pero sin ocultarme.
Esos eran mis pensamientos. Esas eran mis dudas. Fijé mi vista en un punto sin final. Miré al frente como si estuviese perdido. De pronto vi una sombra. Una nube. Algo que parecía enfrentarme. Bajaba directamente frente a mi. No sabía lo que era. Pero sin temor me planté a observarlo. Finalmente se llegó a esclarecer. Se estanco justo delante mío una persona con mis rasgos.
Sin miedo continué allí sentado. Un poco paralizado también, pero con intriga de saber que hacer. Cada vez que yo me movía se acercaba más a mi. Quería tomar una forma distinta a lo que era pues decía se parecía mucho a mi, aunque, yo note, su sensatez era mucho más que la mía. Con una paz increíble lo recibí y trate de sentir su mensaje. Dijo que necesitaba ayudarme pues de mis actos dependían también los de él. Abiertamente acepté me dijera de que forma me podía ayudar. Y lo invité a sentarse para hablar de par a par. Creo que eso le facilito su actuar, pues se sorprendió que lo recibiera con tanta naturalidad.
Permanecimos allí sentados un largo rato y muchos consejos intento darme. Hablamos sin parar de todo lo que puedas imaginar. Realmente me sirvió lo que me dijo. Me sirvió hablar con tanta profundidad.
Finalmente me aleje del espejo y seguí mi vida pensando en los consejos.
Tomás Thibaud
3 de agosto de 2003