Opinión
Educación y Ambiente
Por Danilo A. Lozada, gerente técnico de Energía y Procesos de Bureau Veritas
Cuando yo era chico, mi mamá siempre me decía: no juntes cosas del suelo, porque están sucias. Yo me crié en la Ciudad de Buenos Aires, y las cosas del suelo que solía juntar eran basura. Hoy, mis hijos me dicen: -Papá, no tires cosas al suelo, que estás contaminando. Esta pequeña anécdota sirve para ilustrar que la educación ambiental existe y es posible.
No solo es posible, sino que en medio del bombardeo multimediático que sufren los niños de hoy en día, tienen cierta conciencia que el futuro del planeta les pertenece, y que también es responsabilidad de ellos cuidarlo.
Este tipo de respuesta lo tenemos en los chicos de clase media o alta, pero desgraciadamente, hay gran cantidad de chicos que viven de la basura, y de lo que otros tiran. Este grupo de chicos pobres, no tiene conciencia del futuro, porque el futuro para ellos es el pedazo de pan, o los restos de comida que puedan rescatar de la basura, para engañar al estómago un día más. Con mucha suerte este grupo terminará la escuela primaria, a la que concurrirá principalmente por la comida que reciben allí, que suele ser la única comida formal del día.
Entonces, tenemos dos posiciones antagónicas en la educación: los que están dentro del sistema, que se pueden permitir pensar en el futuro, y en donde el tema ambiental es un tema relevante porque hace a su calidad de vida; y los que se están en los bordes del mismo, que tienen escaso futuro, y aunque sueñen con salir de ese lugar, saben que es prácticamente imposible.
En este último grupo se destaca la economía
de supervivencia, es decir todas sus acciones están destinadas
a sobrevivir, es por ello que no tienen conciencia, o no le asignan
la importancia que otros le asignamos al tema medioambiental. Baste
como ejemplo el ejército de "recicladores" (antes
les decíamos cirujas) que todas las noches recorren las calles
de las ciudades, sin ninguna protección hacia su salud, revolviendo
desperdicios a fin de lograr unos pocos pesos, o los "obreros
textiles" bolivianos que aceptan sin hesitar, y defienden,
un trabajo cuasi esclavo, en condiciones de hacinamiento, con el
mismo objetivo de sobrevivir.
¿Qué podemos decir también de las innumerables villas y barrios pobres en el conurbano que no reúnen las mínimas condiciones sanitarias?
¿Qué quiero decir con esto? Que la educación, como la entendemos en el legado sarmientino, es para algunos en nuestra sociedad, y que el tema ambiental, en tanto un tema importante dentro del diseño curricular de los educandos, también alcanza solo a ese grupo.
Estoy convencido que es importantísimo educar y capacitar en el tema ambiental, pero el mayor escollo para eso es la pobreza.
¿Quién va a decir minimicen los residuos si vive de ellos?
¿Quién va a exigir plantas de tratamiento si no posee agua potable o cloacas?
¿Qué interés pueden tener los alumnos en las pasteras de Entre Ríos, si están pensando en el almuerzo, que será su única comida del día?
Este estado de cosas nos lleva a la existencia de pequeñas islas (o ghettos si se prefiere) en nuestro territorio. Aquellos lugares en donde la educación y capacitación ambiental prende, y aquellos otros en donde hay urgencias mucho mayores.
De cualquier modo hay signos alentadores. Uno de ellos es que la población esta mucho màs adelantada en el tema que las autoridades, por ejemplo el ya mencionado tema de las pasteras sobre el Río Uruguay, o la mina de Esquel. En estos dos casos las autoridades claramente quedaron detrás de los acontecimientos.
En este estado de cosas es bueno reflexionar cuáles
son los argumentos de cada parte.
Por un lado están los que defienden a rajatabla
la "inversión extranjera", que contribuirá
a crear "puestos de trabajo", con lo cual reduciremos
la pobreza endémica en nuestros países.
Por otro lado, los que privilegian la conciencia ambiental (puesto que no viven de los emprendimientos cuestionados), y que se oponen a que las empresas hagan aquí lo que no les permiten hacer en sus países de origen, en aras de una mejor calidad de vida.
Nuevamente la antinomia señalada antes, la educación ambiental, o el privilegio de una mejor calidad de vida, versus las necesidades inmediatas que surgen de la pobreza, y su precursor, la falta de empleo.
En conclusión, pienso que la educación
ambiental es importante, y es lo que ha permitido forjar conciencia
para oponerse a proyectos claramente perjudiciales para nuestro
medio ambiente. Pero mayor importancia reviste la lucha contra la
pobreza, dado que mientras haya necesidades acuciantes, de nada
valdrá la mejor educación ambiental, y seguiremos
bajo la extorsión de la "inversión", sacrificando
nuestro presente y futuro, a cambio de unos pocos empleos.
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